MAKTUB, PAULO COELHO
NOTA DEL AUTOR
Maktub no es un libro de consejos, sino un intercambio de experiencias. Se
compone en gran parte de las enseñanzas de mi maestro, a lo largo de once largos años de
convivencia. Otros textos son relatos de amigos, o de personas con las que estuve una sola vez,
pero que me dejaron un mensaje inolvidable. Finalmente, hay libros que leí e historias que, como
dice el jesuita Anthony Mello, pertenecen a la herencia espiritual de la raza humana.
Maktub nació de una llamada telefónica de Alcino Leite Neto, en aquel
entonces director de la sección «Ilustrada» de A Folha de São Paulo. Yo estaba en Estados Unidos y
recibí la propuesta sin saber exactamente lo que iba a escribir. Pero el desafío era estimulante, y
decidí afrontarlo; vivir es correr riesgos.
Al ver el trabajo que me daba, casi desistí. Además, como tenía que viajar
para promocionar mis libros en el extranjero, la columna de todos los días se convirtió en un
tormento. Sin embargo, las señales me decían que continuase: me llegaba una carta de algún
lector, un amigo me comentaba algo, alguien me enseñaba los recortes guardados en su cartera.
Poco a poco, fui aprendiendo a ser objetivo y directo en el texto. Me vi
obligado a releer textos que había evitado volver a leer, y el placer de este reencuentro fue
inmenso.
Comencé a anotar más cuidadosamente las palabras de mi maestro. En fin,
me puse a mirar todo lo que ocurría a mi alrededor como un motivo para escribir Maktub; y esto
me enriqueció de tal manera que hoy siento gratitud hacia esa tarea diaria.
Para este volumen he seleccionado textos publicados en A Folha de São
Paulo entre el 10 de junio de 1993 y el 11 de junio de 1994. Las columnas sobre el guerrero de la
luz no forman parte de este libro, se han publicado en El manual del guerrero de la luz.
En el prefacio de uno de sus libros de relatos, Anthony Mello comenta:
«Mi tarea fue simplemente la de tejedor, no merezco el mérito del algodón ni del lino».
Ni yo tampoco.
PAULO COELHO
El viajero está sentado en medio de la vegetación, mirando una casa humilde que está enfrente de
él. Ya había estado allí antes, con algunos amigos, y todo lo que había notado entonces fue la
semejanza entre el estilo de la casa y el de un arquitecto español, que vivió hace muchos años, y
que jamás estuvo en aquel sitio.
La casa queda cerca de Cabo Frío, en Río de Janeiro, y está totalmente
construida de trozos de vidrio. Su dueño, Gabriel, soñó en 1899 con un ángel que le decía:
«Construye una casa de trozos». Gabriel empezó a coleccionar ladrillos rotos, platos, porcelanas y
jarras partidas. «Cada trocito, transformado en belleza», decía Gabriel de su trabajo. Durante los
primeros cuarenta años, los habitantes del lugar afirmaban que estaba loco. Después, algunos
turistas descubrieron la casa, y comenzaron a llevar a los amigos; Gabriel se convirtió en un genio.
Pero la novedad pasó, y Gabriel volvió al anonimato. Aun así, siguió construyendo; a los noventa y
tres años de edad, colocó el último trozo de vidrio. Y murió.
El viajero enciende un cigarrillo, fuma en silencio. Hoy no piensa en la
semejanza entre la casa de Gabriel y la arquitectura de Gaudí. Mira los trozos, reflexiona sobre su
propia existencia. También ella, como la de cualquier persona, está hecha de pedazos de todo lo
vivido. Pero, en un determinado momento, estos fragmentos empiezan a tomar forma. Y el viajero
recuerda un poco de su pasado, viendo los papeles en su regazo. En ellos están los pedazos de su
vida: situaciones vividas, párrafos de libros que siempre recuerda, enseñanzas de su maestro,
historias de los amigos, fábulas que le contaron alguna vez. En ellos, hay reflexiones sobre su
época y sobre los sueños de su generación.
De la misma manera que un hombre soñó con un ángel y construyó la casa
que está ante sus ojos, él intenta ordenar esos papeles, para comprender su propia construcción
espiritual. Recuerda que, cuando era niño, leyó un libro de Malba Tahan titulado Maktub y piensa:
«¿Debería hacer yo lo mismo?»