Paseo de la Reforma (Ed. 25 aniversario)
Elena Poniatowska
De arriba a abajo: una conversación con Elena Poniatowska
Paseo de la Reforma es “un espejo que se pasea por un gran camino”, como dijo Stendhal en Le Rouge et le Noir: el camino aquí es la avenida Reforma y nuestro paseo comienza literal y metafóricamente narrado desde “arriba” del Paseo de la Reforma: en las Lomas de Chapultepec, donde Ashby, un joven aristócrata, gran jugador de polo que ya antes había sufrido un percance a caballo, nuevamente se accidenta al tratar de bajar con un gancho la ropa que se ha volado del tendedero. Se electrocuta y se quema con unos cables. “Es un accidente proletario, no es un accidente de niño rico [a diferencia del de polo]”, comenta Elena Poniatowska cuando charlamos sobre su novela. Este accidente cambia su perspectiva del mundo y es, justamente, lo que inicia ese paseo para el protagonista. Y como escribe Noé Cárdenas sobre esa travesía espiritual del personaje, “el descenso social que por voluntad asume el protagonista equivale a un ascenso moral” en esta obra.
Por otro lado, el paseo también recorre con nitidez el estilo de vida de los integrantes de la alta burguesía del México a mediados del siglo XX, descrito con la mirada aguda que otorga la distancia, ya que la novela fue escrita treinta años después. No me parece coincidencia, además, que Poniatowska revisite esa época precisa después de la firma del Tratado de Libre Comercio, del levantamiento zapatista y en lo que parecía el ocaso del auge priista, que la novela retrata muy bien desde el punto de vista de aquellos a quienes ese sistema económico y político había beneficiado, y de los pocos que naciendo allí se salieron de ese orden de las cosas. Hablamos de Ashby, y Elena cuenta que se inspiró en la vida de “Archy”, Archibaldo Burns, cineasta mexicano de origen aristocrático, “quien perdió todo por un amour fou con Elena Garro”, cuenta. “Acabó vendiendo hasta su colección de pintura, perdió su casa, se quedó sin nada. Todo por amor. Terminó viviendo en un departamentito donde le llevaba de comer su hijo”. Dice Elena que Archy leyó la novela, le gustó, y que le hubiera gustado que lo visitara para escribir más: “pero a mí no me daba esa historia para más páginas”. Es una novela breve que condensa mucho. Agrega que, además, Ashby también se basa en Enrique Corcuera, quien “enamoraba a todas las mujeres, y venían actrices de Hollywood a verlo y él las sacaba a los cabarets. Pero era antes del viagra, no sé cómo le hacía o qué tomaba”, relata con humor.
El tránsito o paseo de Ashby se desata en el hospital, una vez que el joven ha salido de la comodidad de su hogar y que se encuentra, cara a cara y cuerpo a cuerpo, al límite del dolor y a la vez como testigo de casos peores que el suyo: “¡Cuánto abandono, cuánta carne supurando, cuánta piel como papel quemado, cuánta miseria humana!” El accidente sucede mientras sus padres están fuera del país, y es llevado al Hospital Obrero. En esa sección de la novela Ashby decide deshacerse de su historia de vida para contar una alternativa: se inventa que es “mozo” de establo de un patrón y les habla a sus compañeros de habitación sobre sus viajes y aventuras hasta transformarlos a todos: “Ninguno en el dormitorio era ya un despellejado, un desollado vivo, un hombre vuelto hacia afuera”. Allí es que logra lo que en la novela se describe como la exaltación de “verse a sí mismo como otro”, y me pregunto: ¿será que esta voluntad de salirse de sí mismo lo enaltece como personaje y a la vez es su perdición? ¿Será que ese ímpetu de alteridad es lo que está detrás del acto de contar historias?
Más allá de lo que Ashby imagina en su vida alternativa y lo que después empieza a moverlo de lugar en el orden social, su cuerpo también sufre una transformación que hace eco de ese paseo o tránsito: al pasar de ser el cuerpo de un “galán” de clase alta a ser “un cuerpo destrozado”, como dice Elena. Renguea, tiene cicatrices, se convierte en un cuerpo fuera de las normas de la belleza. “A Ashby, su enfermedad lo había desensimismado y en su mirada había hambre de los otros”, se describe en la novela. Me pregunto si ese cuerpo accidentado, ese cuerpo dolido, es lo que hace posible que salga de sus privilegios de clase e incluso de género, puesto que, conforme avanza la narración, el cuerpo de Ashby además se feminiza: hacia el final, Poniatowska lo describe así: “[…] se miró al espejo. Había cambiado, pero lo que más le sorprendió fue notar lo abultado de sus labios, la sensualidad en su boca. En el rostro demacrado, los labios resaltaban como nunca. Y también los ojos ardientes, inquisitivos bajo las cejas levantadas”, y más adelante “[…] y sus labios una sensualidad que destacaba cada vez más dentro de la delgadez de su rostro”. En esta novela el dolor humaniza y lleva al tránsito. Y aún más, en ese tránsito, me parece que la obra hace alarde de un gran oído por parte de Poniatowska en relación a los diálogos de los “de arriba” y los “de abajo”, un juego mitad Guadalupe Loaeza, mitad Carlos Monsiváis, y completamente buñuelesco. “Sí. Y yo quise y admiro mucho a Buñuel”, recalca ella.
Le cuento que Ashby me recuerda por momentos a Nick Carraway admirando al Gran Gatsby (¡a la vez que Ashby también es como el Gran Gatsby!). Y en efecto, aunque pareciera ser el protagonista de la novela y a pesar de que claramente es quien hace un paseo por esa reforma que es de clase, del alma, de ética personal, la novela tiene otro personaje a mi parecer con mayor peso: el que admira Ashby y que lo cambia radicalmente y para siempre, Amaya Chacel. Amaya o Mayito como le dicen algunos de sus compañeros de lucha, es un personaje complejísimo, contradictorio: religiosa y revolucionaria, amante libre y a la vez entregada, lista para defender a los campesinos del despojo pero defensora de la aristocracia, duerme en las barricadas de la calle pero sobre su abrigo de mink, trágica, heroica y por momentos cómica y hasta patética. Es a través de esta heroína de la literatura mexicana poco visitada hasta ahora, que Poniatowska narra las grandes tensiones sociales de mitad de siglo XX en México —desde las luchas campesinas, guerrilleras, hasta la lucha estudiantil.
Pero antes de continuar con Amaya, un poco de contexto en nuestro paseo: después de su accidente, Ashby se ha vuelto un soltero codiciado y termina casándose con Nora, una poeta (por eso conquista a Ashby), mujer hermosa, adinerada, y admirable en todos sentidos según la narración. Y resulta no ser solamente una gran ama de casa, esposa y madre, sino también una fantástica anfitriona para las tertulias que Ashby comienza a organizar en su casa y a las que asisten tanto españoles exiliados como artistas reconocidos o personajes inolvidables (como la propia Amaya, personaje basado en Elena Garro).