El Negociador

porArturo Elias Ayub

20 minutos

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LA EMOCIÓN DEL NIÑO QUE VENDÍA GOMAS

A las 7:30 de la mañana, casi todos los días, abro los ojos. Un nuevo día ha comenzado. Me levanto de la cama, me lavo los dientes y así, en pijama, comienzo a trabajar desde una pequeña oficina que tengo en casa. Cuando entro en ella me convierto en el director de Comunicación Social del Grupo Carso. Una parte importante de mis funciones. Reviso todas las noticias, comunicados y publicaciones relacionadas con el grupo. Ya sea de Sears, de Sanborns, de Telcel o del propio ingeniero Slim. Mi misión es analizar información, verificar y hacer correcciones pertinentes en caso de ser necesarias, o bien, impulsar alguna nota dándole difusión.

Amo hacer esto todas las mañanas. “Si no disfrutas lo que haces, ¿por qué seguir haciéndolo?, y si tienes que seguir haciéndolo, ¿por qué no aprender a disfrutarlo?”, es parte de mi filosofía en la vida.

Hecha la primera tarea de la mañana, apago mi computadora, me pongo los tenis, el short, la playera y le dedico entre 45 minutos y una hora al ejercicio. Me subo a la caminadora con mis audífonos y me echo, casi siempre, un episodio de Friends. Me encanta reírme con las ocurrencias de Rachel y compañía.

Este hábito tan simple me garantiza que estaré de muy buen humor por el resto del día y me ayuda a pensar mejor y concentrarme en lo importante. Tal y como lo escribe el periodista Charles Duhigg en su libro El poder de los hábitos, en el cual describe cómo el establecer hábitos permite al cerebro liberar energía mental de actividades básicas para enfocarla en aquellas acciones que nos permiten ganar en la vida.

«Por lo general, las personas que hacen ejercicio comienzan a comer mejor y a ser más productivas en el trabajo y muestran más paciencia con sus colegas y familiares. Dicen que se sienten menos estresados. El ejercicio es un hábito clave que provoca un cambio generalizado.» Charles Duhigg, fragmento del libro El poder de los hábitos

Antes de salir de mi casa, dedico unos breves minutos a hacer oración y a las 11:00 de la mañana ya estoy en la oficina. Al entrar, saludo a la redacción de Uno TV, que hoy ya es el portal de noticias más visitado de México; comento con ellos las novedades de la jornada y me dirijo a mi oficina en donde me espera la agenda del día. Revisamos pendientes, citas, papeles por firmar, llamadas y juntas. ¡Estoy listo para empezar y enfrentar lo que venga!

Hay dos cosas que me gustan mucho de mi trabajo: que nunca hay un día igual a otro, todos me ofrecen retos distintos; y que no importa qué tan saturadas se vean las horas durante la mañana, procuro tomarme el tiempo para comer con mi familia. Así que, llegada la hora de la comida, alrededor de la mesa, entre la sopa y las tortillas calientitas que además me encantan, disfruto con ellos de esos momentos en los que nos compartimos cómo va nuestro día. Trivialidades, temas profundos, el chisme de moda y eventualidades de la chamba y de la escuela, en fin, platicamos de todo y nada. A veces en la televisión hay un partido de la Champions y entre bocado y bocado gritamos los goles. La hora de la comida es para mí un oasis en medio de un mundo que se mueve muy aprisa. Disfrutar del almuerzo de esta forma me hace sentir privilegiado. Un privilegio que desafortunadamente no siempre tenemos, y que sin duda te lo puede dar el hecho de ser emprendedor. Porque una vez que tu negocio ha llegado a la etapa del crecimiento y empieza a ir viento en popa, puedes darte el lujo de invertir tu tiempo en las cosas que más te hacen feliz.

Aunque el camino para llegar hasta ahí es largo e incierto, y no siempre tendrás ese tiempo, pero los sacrificios y la pasión que le pongas a aquello por lo que estás apostando pagarán sus dividendos en algún momento y podrás comer con tu familia un martes cualquiera, mientras disfrutan juntos de un partidito de la Champions. Compartir con tu familia en cualquier momento y en cualquier lugar no tiene precio, porque, al menos para mí, la familia es todo. De hecho, no importa en donde esté o con quién, siempre tengo tiempo para tomar la llamada de mis hijos en cualquier momento que me necesiten.

Tuve la fortuna de nacer en una familia de emprendedores. Mis cuatro abuelos, provenientes del Líbano y de Siria, llegaron a México a bordo de una embarcación, sin un quinto, sin saber cuál sería el destino final de su viaje y, por supuesto, sin hablar el idioma. Hasta finales de la primera década del siglo xx, las leyes migratorias mexicanas no tenían grandes restricciones con respecto a la entrada de extranjeros. Al contrario, la apertura hacia nuevas culturas era promovida. Fue así como muchos árabes de origen libanés, palestino y sirio consiguieron un hogar en estas tierras americanas que los acogieron.

La historia de superación de mis abuelos, en un nuevo y maravilloso país que los recibió con los brazos abiertos, comenzó a construirse gracias al comercio,  que es, por cierto, uno de los vehículos más nobles del emprendimiento y un muy buen filtro para saber si esto de emprender es lo tuyo realmente. “Si te encanta vender, ya la hiciste.” Es lo que siempre les digo a los chavos que se me acercan a preguntarme cómo pueden saber si tienen, o no, madera para ser emprendedores. Pero claro está, esta no es la única condición o forma de saberlo. Puedes ser un apasionado por algo, y ese “algo” puede convertirse en un gran emprendimiento. Si te encanta cocinar, cantar, decorar tu cuarto, dar consejos o cualquier otra pasión que tengas, y además tienes talento para ello, definitivamente puedes convertir esa pasión y ese talento en un gran emprendimiento. Aunque, si aún no descubres ese “algo” en ti, no te preocupes. Ser emprendedor tampoco será el único camino para realizarte profesionalmente o darle un significado a tu vida. Lo más importante, en realidad, es ser plenamente feliz con lo que haces.




¡Gracias por leer a Arturo Elias Ayub!

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